Algunos de ustedes habrán oído hablar de lo que se ha dado en llamar el "Movimiento Litúrgico", que se inició con el Papa San Pío X a principios de los 1900s. En él, San Pío llamaba a un mayor conocimiento y participación en la liturgia, particularmente en el Santo Sacrificio de la Misa. De hecho, fue en esta época cuando se empezaron a producir misales ¡de lo que muchos estamos agradecidos! Para el Papa Benedicto, esto significó un mayor énfasis en la liturgia y en la forma correcta de celebrarla, tanto interna como externamente.
Anteriormente, sobre todo durante la Edad Media, el pueblo participaba mucho menos en la liturgia, la conocía poco e incluso no respondía durante la celebración. El Movimiento Litúrgico contribuyó a invertir la tendencia, y dio al pueblo un mayor conocimiento y una mayor participación, de una manera externa.
Sin embargo, lo que siempre ha sido más importante es nuestra disposición interna, esa actitud interna preparada y abierta para celebrar la liturgia. Esto es más importante que cualquier palabra que se pueda decir o cantar.
Seguramente vemos los dos extremos— uno puede responder de una manera externa, pero sin ninguna devoción interna; en cambio, uno puede ser internamente devoto, pero ignorar lo que sucede a su alrededor. Como siempre ocurre en nuestra fe, la virtud se encuentra en medio de los dos extremos. Debemos encontrar el equilibrio que dé más fruto en nuestra celebración.
Y así, una vez más, nos preguntamos: ¿Me estoy preparando adecuadamente para la liturgia? ¿Busco la devoción interna necesaria, o me limito a "seguir los movimientos"? ¿Busco unirme a la congregación en la respuesta y el canto, o estoy o estoy demasiado metido en mi pequeño mundo?